jueves, 5 de febrero de 2009

Teología de la Revelacion Divina

Basado en los libros de Myer Peralman,Stanley Horton, Chafer,P.C Nelson.Williman
DEFINICION; Revelación en griego apocalypsis, o sea, acción y efecto de correr el velo que encubría lo desconocido. En la Biblia se usa casi exclusivamente en relación con Dios, de modo que se convierte en un término teológico. Solo Dios mismo puede revelarnos los misterios de su ser y de sus obras (Dt 29.29; Am 3.7; Jn 1.18; 1 Ti 6.16), y toda búsqueda independiente de conocimiento acerca de Él está destinada al fracaso (Jer 23.28; 1 Co 1.21). Por tanto, es menester que Dios tome la iniciativa en su diálogo con el hombre (Gn 1.28ss; 3.8ss).

PROPOSITO DE LA REVELACION. El propósito de la revelación no es satisfacer la curiosidad humana acerca de la cosmología, la metafísica o el futuro, sino comunicar los designios divinos y hasta el carácter de Dios mismo. Los designios incluyen normas de conducta. La revelación gira en torno a dos puntos centrales: (1) los propósitos de Dios; (2) la persona de Dios.

1. Por un lado, Dios informa al hombre acerca de sí mismo: quién es, lo que ha hecho, está haciendo, y va a hacer, y lo que quiere que haga él. Así, tomó a Noé, Abraham, y Moisés y les brindó confianza, contándoles lo que había pensado hacer, y cuál iba a ser el lugar de ellos en lo que había planeado (Gn. 6.13–21; 12.1ss; 15.13–21; 17.15–21; 18.17ss; Ex. 3.7–22). Además, dio a conocer a Israel las leyes y promesas de su pacto (Ex. 20–33, etc.; Dt. 4.13s; 28, etc.; Sal. 78.5ss; 147.19). Reveló sus intenciones a los profetas (Am. 3.7). Cristo habló a sus discípulos acerca de “todas las cosas que oí de mi Padre” (Jn. 15.15), y les prometió el Espíritu Santo para que completara la obra de instruirlos (Jn. 16.12ss). Dios reveló a Pablo el “misterio” de su propósito eterno en Cristo (Ef. 1.9ss; 3.3–11). Cristo le reveló a Juan “las cosas que deben suceder pronto” (Ap. 1.1). Desde este punto de vista, como *revelación precisa emanada de Dios mismo, relativa a sus propósitos y su obra salvífica, Pablo llama al evangelio “la verdad”, en contraste con el error y la falsedad (2 Ts. 2.11–13; 2 Ti. 2.18; etc.). De allí el uso de la frase “verdad revelada” en la teología cristiana para denotar lo que Dios ha dado a conocer a los hombres acerca de sí mismo.

2. Por otro lado, cuando Dios manda su palabra a los hombres, al mismo tiempo los enfrenta con su propia Persona. La Biblia no concibe la revelación como mera difusión de información, divinamente garantizada, sino como un acercamiento personal de Dios a los individuos, destinado a hacerse conocer por ellos (cf. Gn. 35.7; Ex. 6.3; Nm. 12.6–8; Gá. 1.15s). Esta es la lección que se ha de aprender de las teofanías del NT (cf. Ex. 3.2ss; 19.11–20; Ez. 1; etc.), y del lugar que representa el enigmático “ángel (mensajero) de Yahvéh”, que resulta ser, tan evidentemente, manifestación de Yahvéh mismo (cf. Gn. 16.10; Ex. 3.2ss; Jue. 13.9–23): la lección, vale decir, de que Dios no es sólo el autor y el tema de sus mensajes a los hombres, sino que es, también, su propio mensajero. Cuando el hombre se encuentra con la palabra de Dios, por casual y accidental que pueda parecer ese encuentro, Dios se encuentra con ese hombre, le dirige la palabra a él personalmente, y le exige una respuesta personal como Autor de ella ( J. I .Packer).

NECESIDAD DE LA REVELACION. La Biblia da por sentado en todo momento que Dios tiene que darse a conocer antes que los hombres puedan conocerlo. La idea aristotélica de un Dios inactivo a quien el hombre puede descubrir mediante el razonamiento es totalmente antibíblica. Hace falta la iniciativa revelatoria, primero, porque Dios es trascendente. Está tan lejos del hombre en su modo de ser que el hombre no puede verlo (Jn. 1.18; 1 Ti. 6.16; cf. Ex. 33.20), ni descubrirlo escudriñando (cf. Job 11.7; 23.3–9), ni leer sus pensamientos mediante hábiles conjeturas (Is. 55.8s). Aun si el hombre no hubiera pecado, por lo tanto, no hubiera conocido a Dios sin la revelación. De hecho, vemos que Dios le habla al Adán no caído en el Edén (Gn. 2.16). Hay, sin embargo, una segunda razón que hace que el conocimiento de Dios por parte del hombre deba depender de la iniciativa revelatoria divina. El hombre es pecador. Su poder de percepción en el reino de lo divino se ha embotado tanto por influencia de Satanás (2 Co. 4.4) y el pecado (cf. 1 Co. 2.14), y su mente está tan ocupada con su propia y fantasiosa “sabiduría”, que se desenvuelve en sentido contrario al verdadero conocimiento de Dios (Ro. 1.21ss; 1 Co. 1.21), que con sus facultades naturales no puede aprehender a Dios, cualquiera sea la forma en que le sea presentado.

FORMAS DE LA REVELACION DIVINA.

1. La revelación de Dios en la creación. El poder eterno y el carácter de Dios se revelan por las cosas que han sido creadas (Ro. 1:20). El mundo de las cosas naturales, siendo una obra de Dios, muestra que Dios es un Dios infinito en poder y sabiduría y que ha diseñado y creado el mundo físico para un propósito inteligente. La revelación de Dios mediante la Naturaleza, sin embargo, tiene sus limitaciones, al no aparecer claramente manifestado el amor y la santidad de Dios. Mientras que la revelación en la Naturaleza es suficiente para que Dios pueda juzgar al mundo pagano por no adorarle como su Creador, no revela un camino de salvación mediante el cual los pecadores puedan ser reconciliados con un Dios santo, sagrado.

2. Revelación en Cristo. Una suprema revelación de Dios fue suministrada en la persona y la obra de Cristo, que nació en su debido tiempo (Gá. 4:4). El Hijo de Dios vino al mundo para revelar a Dios a los hombres en términos que pudiesen comprender. Por su llegada como hombre mediante el acto de la encarnación, los hechos relacionados con Dios, que de otra forma hubiesen sido muy difíciles para la comprensión humana, se trasladan al limitado alcance de la comprensión y el entendimiento humanos. Así pues, en Cristo, no sólo se revela el poder y la sabiduría de Dios, sino también su amor, la bondad divina, su santidad y su gracia. Cristo declaró:
«El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn. 14:9). En consecuencia, el que conoce a Jesucristo, también conoce al Dios Padre.

3. La revelación en la Palabra escrita. La Palabra escrita de Dios es capaz, sin embargo, de revelar a Dios en términos incluso más explícitos de los que puedan ser observados en la persona y obra de Cristo. Como previamente se ha demostrado, es la Biblia la que nos presenta a Jesucristo tanto como el objeto de las profecías, como en su cumplimiento. Con todo, la Biblia va aún más allá; dando detalles respecto a Cristo, muestra el programa de Dios para Israel, para las naciones, así como para la iglesia, y trata de muchos otros temas de la historia del género humano y del universo. La Biblia no sólo presenta a Dios como su tema fundamental, sino que también nos muestra sus propósitos. La revelación escrita lo incluye todo en sí misma. Expone de la forma más clara y convincente todos los hechos que conciernen a Dios y que están revelados en la Naturaleza, y proporciona el único registro que atañe a la manifestación de Dios en Cristo. También se extiende la divina revelación en grandes detalles que se relacionan con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, los ángeles, los demonios, el hombre, el pecado, la salvación, la gracia y la gloria. La Biblia, pues, puede ser considerada como el complemento perfecto de la divina revelación de Dios, parcialmente revelada en la Naturaleza, y más plenamente revelada en Cristo, y revelada completamente en la Palabra escrita.

B. REVELACION ESPECIAL

A través de toda la historia del hombre, Dios ha suministrado una revelación especial. Se registran muchas ocasiones en la Palabra de Dios en que habla directamente al hombre, como El lo hizo en el jardín del Edén, o a los profetas del Antiguo Testamento, o a los apóstoles en el Nuevo. Algunas de estas revelaciones especiales fueron registradas en la Biblia y forman el único y autorizado registro inspirado que tenemos de tal revelación especial.

Una vez completos los 66 libros de la Biblia, la revelación especial en el sentido ordinario de la expresión parece haber cesado. Nadie ha sido capaz de añadir con éxito un solo versículo a las Escrituras como declaración verdadera. Las añadiduras apócrifas son claramente inferiores y sin la inspiración propiamente dicha que caracteriza siempre todo escrito de la Escritura.

En lugar de la revelación especial, sin embargo, una obra del Espíritu Santo ha caracterizado especialmente la edad presente. Así como el Espíritu de Dios ilumina o arroja luz sobre las Escrituras, hay una forma legítima de tiempo presente en la revelación procedente de Dios, en la cual las enseñanzas de la Biblia se aclaran y se aplican a la vida de los individuos y las circunstancias. Emparejada con la obra de iluminación está la obra del Espíritu como guía, cuando las verdades generales escriturísticas se aplican a las necesidades particulares de un individuo. Aunque ambas cosas -la guía y la iluminación- son obras genuinas de Dios, no garantizan que un individuo comprenda perfectamente la Biblia, o en todos los casos la comprenda adecuadamente con la guía de Dios. Así, mientras que la iluminación y la guía son una obra del Espíritu, no poseen la infalibilidad de la Escritura, puesto que los receptores son seres humanos de por sí falibles.

Aparte de esta obra del Espíritu de Dios, no obstante, al revelar lo que significa la Escritura, no hay comprensión real de la verdad, como se declara en 1 Corintios 2:10. La verdad de la Palabra de Dios necesita ser revelada a nosotros por el Espíritu de Dios, y necesitamos ser enseñados por el Espíritu (1 Co. 2:13). Según 1 Corintios 2:14, «... el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura y no las puéde entender, porque se han de discernir espiritualmente». En consecuencia, la Biblia es un libro cerrado, por lo que respecta a su verdadero significado, para quien no sea cristiano y no esté enseñado por el Espíritu. Ello requiere, además, por parte del individuo estudioso de la Escritura, una íntima proximidad con Dios en la cual el Espíritu de Dios sea capaz de revelar su verdad.

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