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SALMO 127-128
Si el SEÑOR no edifica la casa, en vano se esfuerzan los albañiles. Si el SEÑOR no cuida la ciudad, en vano hacen guardia los vigilantes. En vano madrugan ustedes, y se acuestan muy tarde, para comer un pan de fatigas, porque Dios concede el sueño a sus amados. Los hijos son una herencia del SEÑOR, los frutos del vientre son una recompensa. Como flechas en las manos del guerrero son los hijos de la juventud. Dichosos los que llenan su aljaba con esta clase de flechas. No serán avergonzados por sus enemigos cuando litiguen con ellos en los tribunales. *Dichosos todos los que temen al SEÑOR, los que van por sus caminos. Lo que ganes con tus manos, eso comerás; gozarás de dicha y prosperidad. En el seno de tu hogar, tu esposa será como vid llena de uvas; alrededor de tu mesa, tus hijos serán como vástagos de olivo. Tales son las bendiciones de los que temen al SEÑOR. Que el SEÑOR te bendiga desde *Sión, y veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida. Que vivas para ver a los hijos de tus hijos. ¡Que haya paz en Israel!.
A pesar que en nuestras Biblias los salmos 127 y 128 están separados, hablan de una misma verdad; “La economía en la casa del justo, el hogar, los hijos”. El salmo 127 nos habla del abandono a la Divina Providencia, nos dice que todo éxito viene de Dios. La palabra «en vano» es la clave aquí, y resuena claramente tres veces. Los hombres que desean edificar saben que han de trabajar y, en consecuencia, ponen en ello toda su habilidad y fuerza; pero que recuerden que si Jehová no está con ellos, sus planes terminarán en fracaso. Esto ocurrió con los edificadores de Babel; dijeron: «Vayamos, y edifiquemos una ciudad y una torre»; y el Señor les hizo tragar las palabras, cuando dijo: «Descendamos y confundamos su lengua.» Llana y martillo, sierra y cepillo, son instrumentos vanos a menos que el Señor sea el constructor.
En estilo proverbial, el salmista declara la inutilidad de los esfuerzos humanos al margen de la providencia divina. Los edificadores pueden construir una casa, pero sin que puedan después habitarla; los centinelas de la ciudad pueden dar la voz de alarma ante el enemigo, pero no pueden estar seguros contra el incendio o el ataque de los enemigos. Con un nuevo símil declara que es inútil madrugar mucho y acostarse tarde, recogiendo el fruto del trabajo (pan del dolor) si Dios no le bendice. En realidad, el que se confía a él, aunque esté dormido, sentirá que su vida prospera, pues Dios le colma de beneficios. El salmista no quiere con estas palabras predicar la ociosidad, sino que invita a dejar la excesiva ansiedad por el trabajo, prescindiendo de la bendición divina. Es la doctrina de los libros sapienciales y del sermón de la montaña. Todo viene de Dios, principalmente los hijos, los cuales no son un salario, sino un regalo de la providencia, sobre todo los tenidos en plena juventud, porque son especialmente vigorosos y fuertes y porque pueden prestar ayuda a su padre cuando en plena ancianidad se halle comprometido ante sus adversarios en litigio judicial. Los hijos fuertes serán su mejor escolta para defenderle contra las arbitrariedades de un mal juez cuando decida en la puerta de la ciudad, el lugar de reunión de los tribunales .Serán su defensa, como las saetas en la mano del guerrero. Por ello, el salmista llama dichoso al que tenga la suerte de llenar su aljaba — su hogar — de hijos. Siendo tan breve, el salmo 127 nos ilustra de tres principios con relación a la familia: 1) La prosperidad familiar no es producto del esfuerzo físico, sino de que Dios sea el centro del hogar y la nación 2) Los hijos son un regalo de Dios 3) Los hijos son los defensores de los padres en momentos de apuro
El salmo 128, por su parte, nos habla de la felicidad del justo, de la prosperidad doméstica del que teme a Dios. La senda de la ley de Jehová lleva a la felicidad, pues el justo tiene asegurada larga vida bajo la protección del Omnipotente; el trabajo de sus manos no será usufructuado por sus enemigos, sino que, al contrario, el premio a su laboriosidad será el disfrute honesto del mismo; y así, su vida se desarrollará plácida y tranquila, rodeado de numerosa prole. Sus hijos serán como pimpollos de olivo que se enrollarán al tronco familiar, formando una escolta de honor en torno a la mesa del hogar. Pero esta felicidad familiar debe tener una proyección social y aun nacional; por eso, el salmista piensa en la prosperidad de la ciudad santa, donde mora Jehová. Todo israelita debe pensar siempre en la suerte de su nación, que está vinculada a su Dios por una alianza: la prosperidad familiar debe ser un reflejo de la prosperidad general de la colectividad nacional y de la propia capital de la teocracia .Por eso, la descendencia del israelita está vinculada a la suerte de la nación: la paz sobre Israel.
¿Por qué no hay prosperidad nacional? Porque no hay prosperidad familiar, y no hay prosperidad familiar, porque el temor de Dios ya no se enseña en los hogares. El temor de Dios, es como un imán que atrae todas las bendiciones de Dios, sobre la persona que lo tiene. “El corazón de un hombre se verá en el camino por el que anda _decía spurgeon_ y la bendición vendrá cuando el corazón y el camino estén, los dos, con Dios”. El camino de Dios es un camino bienaventurado; los caminos de Dios fueron abiertos por Cristo; fueron pisados por aquel en quien somos bendecidos; son frecuentados por los bienaventurados, están provistos de medios de bendición; están pavimentados con bendiciones presentes, y llevan a la eterna bienaventuranza. Cuando ves un hogar en el que el matrimonio hace frente a toda tempestad, puedes estar seguro que reposa sobre un fundamento seguro que se halla más allá del alcance del sentido humano, y que este fundamento es el temor del Señor. El Salmista, pues, ha dado a este temor de Dios un lugar al comienzo de este Salmo que celebra la bendición que desciende sobre la vida conyugal y doméstica.
La nación depende de la familia; familia temerosa de Dios, nación prospera, familia pecadora, nación en crisis. Estas consecuencias se parecen mucho al dicho antiguo que dice: “Por un clavo, se calló la herradura, al perderse la herradura, el caballo perdió la pata, por perder la pata, se perdió un gran caballo, y por caerse el caballo se perdió un gran jinete”.
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