martes, 7 de abril de 2009

Oracion de Jesus Juan 17:20-24

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Rev. Samuel M Gonzalez

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Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo.

Esta oración de Cristo es en algún sentido la reliquia más preciosa del cristianismo. Tenemos aquí las palabras que Cristo dirigió a Dios en el momento más crítico de su vida, las palabras en las cuales él reflejó la sensación más recóndita y los pensamientos más profundos de su espíritu, a la luz de la muerte que sufriría poco tiempo después. ¡Qué revelación sería para nosotros si tuviéramos todas las oraciones de Cristo desde su adolescencia en adelante! ¡Qué liturgia y prontuario de dedicación tuviéramos si supiéramos lo que él había deseado a partir de sus años de joven! , lo que él había temido, contra el que había rogado, lo que nunca había dejado de esperar; Todas los deseos y las cosas con las cuales el creció; las personas que él elogió, la manera en que el las exalto; Sus oraciones para su madre, para Juan, para Pedro, para ¡Lázaro, para Judas! Sin embargo aquí tenemos una oración en la cual, si bien no se satisface nuestra abundante curiosidad, por lo menos nos trae ante su santa presencia. Incluso entre las oraciones de Cristo esta oración hace una diferencia, Cristo mira su pasado en retrospectiva y después examina el futuro de la iglesia, la cual el presenta al padre como si ya hubiera muerto, reconoce su obra y su pueblo. Reconociendo la grandeza de la ocasión, podemos convenir con Melanchton, que, al dar una conferencia poco antes su muerte, dijo: “No se ha oído nunca una voz, en cielo o en la tierra, más exaltada, más santa, más fructuosa, más sublime, que esta oración ofrecida al cielo por el hijo de Dios mismo.”

Comenzando con una oración por si mismo, nuestro señor pasa en el verso seis a orar por sus discípulos, y en el vigésimo verso la oración se torna todavía más amplía, se extiende y abraza el mundo, a todos los que van a creer por la palabra de sus discípulos. Primero ruega por sí mismo (el autor de la salvación, Hebreos. 5:9) y por los apóstoles (sus embajadores, los vasos que llevarían el tesoro, 2 Cor. 4:7) y, por último, ruega por el objeto de esta obra, los que aceptarían la palabra para ser salvos.

El verso veinte y veinticuatro tienen una gran aplicación a la actualidad misionera de la iglesia. Así como él se consagró al trabajo de dar a conocer al padre, así debemos consagrarnos al mismo trabajo. Cristo en su propia persona y vida reflejó claramente a la mente de los discípulos la presencia del padre, así mismo ellos por su persona y vida debían manifestar en el mundo la existencia y la gracia de Cristo. Debían hacer permanente y universal la revelación que él había traído, que todo el mundo supiera que él era el representante verdadero de Dios. Cristo los había iluminado, y con esa luz debían iluminar a todos los hombres, hasta que el mundo fuera lleno de luz. Una parte de este trabajo se nos da a cada uno de nosotros. En su oración Cristo nos permiten mediar entre Dios y los hombres, llevar a alguien al conocimiento que da vida eterna. Se nos hace posible a nosotros ser benefactores a la clase más alta, ofrecer a Cristo y a Dios. A los padres se les hace posible llenar la mente abierta y hambrienta de sus hijos con un sentido de Dios que les de temor, lo refrene del mal, los anime, y guíe en la vida, pero todo esto es muy poco con la alegría y la utilidad de divulgar a un alma humana el evangelio que reconoce a Cristo como divino y ante el cual se debe adoración. Al hombre que ha preguntado por mucho tiempo si hay Dios, que ha dudado de la existencia de algún ser moral perfecto, que no haya creído en la existencia de un espíritu mayor y mas puro que el del hombre. Ud. debe mostrarle a Cristo, con su amor invencible, su santidad intachable las cuales revelan a Dios.
Como parte de una promesa hecha sus discípulos(Juan 14:1-3) Cristo finalmente hace una petición especial al padre: “Padre, aquellos que me has dado, quiero (es la voluntad de Cristo) que donde yo estoy (al decir "donde yo estoy" Jesús habla proféticamente, 14:3), también ellos estén conmigo, (14:3; Fil. 1:23, el gozo supremo) para que vean mi gloria que me has dado; "Cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es" (1 Juan. 3:2). Jesús quiere que sus apóstoles y todos sus discípulos no solamente vean, sino que participen del estado celestial. Para ser "semejantes a él" en Aquel Día, los discípulos de Cristo tienen que ser "semejantes a él" ahora, siendo del mismo carácter y vida, siendo obedientes a la enseñanza divina e imitadores de Jesús. Los apóstoles habían visto la gloria de Cristo aquí en la tierra: "Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre)" (Juan 1:14); "Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria" (2:11);"y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz" (Mat. 17:5). Pero Cristo quería, no solamente que vieran sino que también participaran de su gloria celestial (17:5).

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