miércoles, 15 de julio de 2009

La mujer y el ministerio 1 Timoteo 2:8-15

Iglesia Roca de Salvación
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1 Timoteo 2:8-15

Así pues, es mi deseo que los hombres oren en todos los lugares elevando manos santas, sin ira en sus corazones ni dudas en sus mentes De la misma manera es también mi deseo que las mujeres se adornen con modestia discreción ropa adecuada Este adorno no debe consistir en peinados artificiosos adornos de oro perlas sino como corresponde a mujeres que profesan reverenciar a Dios deben adornarse con buenas obras Que la mujer aprenda en silencio con toda sumisión Yo no permito enseñar o recibir el hombre de la mujer Más bien mi consejo es que ésta mantenga silencio Porque Adán fue formado primero después Eva; Adán no fue engañado, sino la mujer, que se vio envuelta en trasgresión de esa manera Pero las mujeres serán salvas criando hijos, si se mantienen en la fe en el amor, si se conducen con prudencia por el camino que conduce a la santidad ( Nueva Versión Internacional inglesa)


Hace alrededor de un mes estuvimos comentando este pasaje, hoy lo traemos nuevamente al escritorio a petición del hermano MANUEL AGUILAR CASADO. Saludos y bendiciones.

La segunda parte de este pasaje trata del lugar de las mujeres en la Iglesia. No se puede leer fuera de su contexto histórico por surgir totalmente de la situación en la que se escribió.
(1)Se escribió desde un trasfondo judío. No ha habido nunca una nación que diera a las mujeres un lugar más importante en el hogar y en la familia que los judíos; pero oficialmente la posición de la mujer era muy inferior. Para la ley judía no era una persona sino una cosa; estaba totalmente a disposición de su padre o de su marido. Se le prohibía aprender la Ley; el instruir a una mujer en la Ley era echar perlas a los puercos. Las mujeres no tomaban parte en el culto de la sinagoga; estaban encerradas
aparte en una sección de la sinagoga, como si dijéramos en «el gallinero» donde no se las podía ver. Un hombre iba a la sinagoga para aprender; pero, como mucho, una mujer iba para oír La lección de la escritura la leían en la sinagoga los miembros de la congregación; pero nunca mujeres, porque eso habría sido «quitarle honor a la congregación.» Estaba prohibido el que una mujer enseñara en una escuela; ni siquiera a los niños más pequeños. Una mujer estaba exenta de las demandas concretas de la Ley. No le era obligatorio asistir a las fiestas y a los festivales sagrados. Las mujeres, los esclavos y los niños eran de la misma clase. En la oración judía de la mañana, un varón daba gracias a Dios porque no le había hecho «gentil, esclavo o mujer.» En los Dichos de los Padres Rabí Yosé Ben Yohanán se cita como diciendo: «Que tu casa esté siempre totalmente abierta, y que los pobres sean tu familia y no hables mucho con ninguna mujer.» De ahí que los sabios hubieran dicho: «Cualquiera que habla mucho con una mujer trae desgracia sobre sí mismo, se aparta de las obras de la Ley y por último hereda de gehena». Un estricto rabino no saludaba nunca a una mujer en la calle, aunque fuera su esposa o hija o madre o hermana. Se decía de la mujer: «Su misión es enviar los niños a la sinagoga; atender a las cuestiones domésticas; dejar libre a su marido para que estudie en las escuelas; y mantener la casa para él hasta que vuelva.»
(2) Se escribió desde un trasfondo griego. El trasfondo griego ponía las cosas doblemente difíciles. El lugar de la mujer en la religión griega era bajo. El Templo de Afrodita en Corinto tenía mil sacerdotisas que eran prostitutas sagradas, y todas las tardes cumplían su función en las calles de la ciudad. El Templo de Diana en Éfeso tenía centenares de sacerdotisas que se llamaban melissae, que quiere decir abejas, cuya función era la misma. Una mujer griega respetable llevaba una vida muy recluida. Vivía en una parte de la casa a la que no accedía nada más que su marido. No estaba presente ni en las comidas. Nunca se la veía sola en la calle; nunca asistía a ninguna reunión pública. El hecho es que si en un pueblo griego las mujeres cristianas hubieran tomado una parte activa y hubieran hecho uso de la palabra, la Iglesia habría ganado inevitablemente la reputación de ser una guarida de mujeres livianas. Además, en la sociedad griega había mujeres que no vivían más que para vestirse y peinarse elaborada y lujosamente. Plinio nos cuenta que hubo una novia en Roma, Loilla Paulina, cuyo vestido de boda costó el equivalente de 100 millones de pesetas o un millón de dólares. Hasta los griegos y los romanos se escandalizaban del amor a los vestidos y las joyas que caracterizaba a algunas de sus mujeres. Las grandes religiones griegas se llamaban misterios o religiones misteriosas, que tenían precisamente las mismas reglas acerca del vestir que Pablo expone aquí. Hay una inscripción que dice: “Una mujer consagrada no ha de tener adornos de oro, ni colorines, ni polvos, ni diademas, ni pelo enrevesado, ni zapatos, excepto los que se hacen de piel de ante o de las pieles de animales sacrificados.» La Iglesia Primitiva no establecía estas reglas con carácter permanente, sino como cosas necesarias en la situación en que se encontraba. En cualquier caso hay mucho que decir de la otra parte. La historia bíblica honra, a grandes mujeres, en ninguna parte devalúa el papel de la mujer en la extensión del evangelio. Fue María de Nazaret la que dio a luz y crió al niño Jesús; fue María de Magdalena la primera persona que vio al Señor resucitado; fueron cuatro mujeres de entre todos los discípulos las que se mantuvieron al pie de la cruz. Priscila, con su marido Aquila, eran maestros apreciados en la Iglesia Primitiva, que condujeron a Apolos al conocimiento pleno de la verdad (Hechos 18:26) Evodia y Síntique, a pesar de sus desavenencias, eran mujeres que trabajaban en el Evangelio (Filipenses 4:2s) El evangelista Felipe tenía cuatro hijas que eran profetisas (Hechos 21:9) Las mujeres de más edad tenían que enseñar (Tito 2:3). Pablo consideraba a Lidia y Eunice dignas del más alto honor (2 Timoteo 1:5); hay muchos nombres de mujer en el cuadro de honor de los servidores de la Iglesia en Romanos 16 . Todo lo de este capítulo son reglas meramente temporales para satisfacer una situación dada. Si queremos saber el punto de vista definitivo de Pablo en esta cuestión, vayamos a Gálatas 3:28: « No hay diferencia entre judíos o griegos, esclavos o libres, varones o mujeres, porque todos vosotros sois una cosa en Jesucristo.» Al final Pablo termina con una verdad irrefutable: “La mujer se salvara engendrando hijos”. Es probable que el sentido sencillo sea que las mujeres encontrarán la salvación, no en hablar en las reuniones, sino en la maternidad, que es su corona. Aparte de todos los otros sentidos posibles, la mujer es la reina del hogar. No debemos leer este pasaje como una barrera para el trabajo de las mujeres en la Iglesia, sino a la luz de su trasfondo judío y griego. Y debemos buscar el punto de vista permanente de Pablo en el pasaje en que nos dice que las diferencias se han borrado, y que hombres y mujeres, esclavos y libres, judíos y gentiles, son todos igualmente elegibles en el servicio de Cristo. Juan Calvino comentó sobre este pasaje lo siguiente; “A los hombres rígidos podría parecer absurdo que un Apóstol de Cristo, no sólo exhortase a las mujeres a prestar atención a la procreación de los hijos, sino a estimar este trabajo como religioso y santo hasta tal grado como para representarlo como instrumento que procura la salvación. Más aún, vemos también con qué reproches el lecho conyugal ha sido infamado por los hipócritas, que desean ser considerados más santos que los demás hombres. Más no hay dificultad en responder a estos escarnecedores perversos. Primero, aquí el Apóstol no habla meramente acerca de tener hijos, sino de soportar todas las penas, las cuales son múltiples y severas, tanto en el nacimiento como en la educación de los hijos. Segundo, cuando una mujer, considerando a lo que ha sido llamada, se somete a la condición que Dios le ha asignado, y no rehúsa soportar las penas, o más bien la atroz angustia del parto, o la ansiedad acerca de su prole, o cualquier cosa que pertenezca a su deber, Dios estima esta obediencia más altamente que si, en alguna forma, ella hiciera una exhibición de sus heroicas virtudes, mientras que rehusaba obedecer a la vocación de Dios”.

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1 comentario:

Jardin Pricipe de Paz dijo...

Usted saco esto literalmente de un comentario bíblico, debería hacer citar al pie de pagina

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