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Mateos 5:13-16
Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve insípida, ¿cómo recobrará su sabor? Ya no sirve para nada, sino para que la gente la deseche y la pisotee. Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una colina no puede esconderse. Ni se enciende una lámpara para cubrirla con un cajón. Por el contrario, se pone en la repisa para que alumbre a todos los que están en la casa. Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo. (NVI)
El hermano Eulices Palomo Cano, nos mandó su tema que dice: “yo quiero que hablen de un tema, sobre la vestimenta o que dice la Biblia acerca de esto.
Antes de responder a esta pregunta, es preciso adelantar la necesidad de evitar dos extremos igualmente anti- bíblicos:
- El legalismo, que hace de la letra del Decálogo Ia "norma" de la conducta moral del cristiano, y cuya observancia lleva a la salvación (justicia propia), mientras que su inobservancia acarrea la condenación;
- El antinomianismo (de "anti" = contra, y "nomos" = ley), según el cual, en virtud del perfecto cumplimiento de la Ley por parte de Cristo, el creyente queda completamente desligado de toda obligación moral, siéndole suficiente la fe en Cristo, como su Salvador y Sustituto.
Una vez aclarado estos puntos, podemos pasar a contestar la pregunta que nos gira el hermano, Eulices Palomo Cano
La Biblia, no es un código de normas, aunque muchos la han interpretado así. Si nosotros constantemente enfocamos nuestra mentes hacia las virtudes cristianas, no consideraremos el pecado como un acto pecaminoso solamente, que es como lo vemos comúnmente, mas bien definiremos el pecado como vicio, es decir maneras en que fracasamos a la hora de ser las creaturas que Dios quiso que fuéramos al crearnos .En otras palabras, el cristiano no ve la vida cristiana como una normativa, sino como un ideal al que fue llamado. En este sentido Pablo dice: “Por eso yo, que estoy preso por la causa del Señor, les ruego que vivan de una manera digna del llamamiento que han recibido, (Efesios 4:1).
Ya de entrada, al exponer este concepto, tenemos que anticipar que la idea de una Ética Natural, Filosofía Moral o Reglamento Religioso, capaz de regir la conducta del ser humano, caído por el pecado, es una utopía. Después de la caída original, el ser humano está inclinado al mal (es radicalmente egocéntrico) y se siente incapacitado para cumplir la Ley de Dios, tendiendo siempre a rebelarse contra ella (vea. Rom. 1: 18; 8:7; 1.a Cor. 2: 14). Como explicó Agustín de Hipona, en el Concilio 11° de Orange, el año 529, canon 22: "De lo que es propio del hombre. Nadie tiene de suyo otra cosa que mentira y pecado. Y si el hombre posee algo de la verdad y de la justicia, le viene de aquella fuente, a la que debemos dirigir nuestra sed en este desierto, a fin de que, como refrigerados por algunas gotas, no desfallezcamos en el camino”. Quiere decir esto que nadie puede hacerse santo por medios propios, y que ninguna institución puede convertir a nadie en santo, por el mero hecho de hacerlo vestir de alguna forma.
Ahora si, el cristiano tiene un compromiso ético con el mundo y para entender bien el papel del cristiano en el mundo corrompido actual, será bueno examinar de cerca el sentido que Jesús dio a las tres metáforas de "sal", "luz" y "levadura" o fermento (Mat. 5:13). La sal tiene dos características principales: (a) es diferente del medio en que se coloca y ahí radica su poder; así el creyente tiene que ser diferente ("cosa extraña" 1.8 Pedro 4:4) del medio en que se mueve, como la sal en el plato de carne; (b) su objetivo es preservar de la corrupción, como un antiséptico; por lo cual, ha de retener su virtud germicida; de lo contrario, no sirve para nada; tanto es así que los generales romanos solían sembrar de sal las tierras enemigas para hacerlas improductivas. Esto se aplica igualmente al creyente, quien pierde su razón de ser como testigo de Cristo, se hace inútil (Luc. 14:35) si no ejerce su función antiséptica en medio del mundo, tanto con su conducta como con su palabra "sazonada con sal" (Col. 4: 6).
La luz ilumina lo que de suyo estaría oscuro; para ello necesita tener potencia, dirección, elevación y ausencia de objetos que se interfieran en el rayo que emite su foco. De la misma manera, el creyente debe emitir la luz de testimonio, de palabra y de obra, en contacto directo y continuo con el que es "la luz del mundo" (Jun. 8: 12), sin esconderse bajo el celemín, sino puesto sobre el candelero, es decir, en lugar conspicuo, viviendo y actuando siempre, en casa, en la calle, en el taller, en la oficina, etc., de forma que su luz sea manifiesta e ilumine directamente aquellos aspectos de la vida que ofrecen una grave problemática a todos cuantos les rodean. Este mundo insatisfecho, confuso y doliente, necesita luz, amor, ánimo, guía, consuelo; y todo ello, sólo lo encontrará en Jesucristo a través de sus testigos.
La levadura es siempre en la Biblia, sin excepción alguna, símbolo de corrupción e impropia de creyentes que viven el misterio pascual con ázimos de sinceridad y de verdad (1.a Cor. 5:7-8).
Desde un principio ha prevalecido una tendencia dentro de la iglesia, a distinguir entre objetos buenos y malos: comidas, bebidas, dinero, materia, sexo, etc. De ahí se ha seguido una ética de prohibiciones (Col. 2:20-23). Sin embargo, los conceptos del Nuevo Testamento son completamente distintos. Por ejemplo: Todo lo bueno que hay en el mundo, en todos los campos: trabajo, arte, cultura, la verdad, la justicia, la libertad, es acepto a Dios y está bendecido y promocionado por su gracia común, le corresponde al creyente hacer uso y no abuso de todo ello. Ningún verdadero valor humano está destinado a perecer, Y la creación entera gime con dolores de parto por ser redimida de su condición de clima inhóspito para el hombre (Rom. 8: 19-23). No cabe duda de que el Espíritu de Dios trabaja en todo lo humano de todos los hombres para iluminar, aliviar, disponer, ayudar en todo lo bueno, bello, verdadero y justo que se hace en el mundo. Por tanto, el creyente tiene el derecho y el deber de comprometerse a favor de todas las causas justas: por la paz, la verdad, la justicia, la libertad, la moral, contra el hambre, el desempleo, la explotación, la violencia, la guerra, la tortura, etc. Pero con una importante precisión que F. Schaeffer y Oswald Guinness hacen constantemente en sus libros y conferencias: el cristiano debe ser un cobeligerante en las causas justas, pero no puede ser un aliado de los partidarios de la violencia. Naturalmente, esta postura es, a veces, muy incómoda, puesto que hace al creyente un blanco de las iras de todos: de los conformistas, porque lo creerán demasiado revolucionario; de los revolucionarios, porque lo tendrán por demasiado conformista. Pero éste es su camino, si ha de seguir las huellas de Cristo. ¿No fue Cristo el blanco de las iras, tanto de las derechas como de las izquierdas de su tiempo?
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