viernes, 6 de noviembre de 2009

Gemido de un santo y la misericordia de Dios Salmo 6:1-5

Viernes, 06 de noviembre de 2009
Iglesia Roca de Salvación

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Salmo 6:1-5

No me reprendas, Señor, en tu ira; no me castigues en tu furor. Tenme compasión, Señor, porque desfallezco; sáname, Señor, que un frío de muerte recorre mis huesos. Angustiada está mi alma; ¿hasta cuándo, Señor, hasta cuándo? Vuélvete, Señor, y sálvame la vida; por tu gran amor, ¡ponme a salvo! En la muerte nadie te recuerda; en el sepulcro, ¿quién te alabará? Nueva Versión Internacional


Este salmo es llamado comúnmente el primero de los «Salmos penitenciales», y ciertamente su lenguaje corresponde a los labios de un penitente, porque expresa a la vez la pena (vers. 3, 6, 7), la humillación (vers. 2, 4) y el aborrecimiento del pecado (vers. 8), que son las marcas infalibles el espíritu contrito que se vuelve a Dios.
El verso 1 comienza diciendo: “Jehová, no me reprendas en tu enojo. El Salmista ( dice Spurgeon) se da cuenta de que merece ser reprendido, y no pide que la reprensión sea suprimida totalmente, porque podría perder una bendición escondida, sino: «Señor, no me reprendas en tu enojo.» Si tú me recuerdas mi pecado, está bien; pero, ¡oh!, no me lo recuerdes cuando estés enojado contra mi, para que el corazón de tu siervo no desmaye. Así dice Jeremías: «Oh Señor, corrígeme, pero con moderación; no en tu ira, para que no me destruyas.»
El verso dos refuerza este concepto, el salmista pide misericordia a Dios cuando valla a tratar su pecado. Ten misericordia de mí, oh Jehová. Para huir y escapar de la ira de Dios, David no ve ningún medio en el cielo ni en la tierra, y por tanto se acerca a Dios, aunque le haya herido, para que pueda sanarlo. Huye, no como Adán a la espesura, ni como Saúl a la hechicera, ni como Jonás a Tarsis; sino que apela a un Dios misericordioso en defensa de uno enojado y justo, o sea que va e él, a él mismo, como dice Spurgeon ilustrando esta verdad, la mujer que fue condenada por el rey Felipe va « del Felipe borracho al Felipe sobrio». Pero David va de una característica, la justicia, a otra, la misericordia.
No podemos argüir nuestra bondad o grandeza, si vamos a apelar a la misericordia de Dios, tenemos que apelar a nuestra pequeñez, por eso el salmista dice “Porque desfallezco. Un sentido de pecado había abatido el orgullo del Salmista, había eliminado su jactanciosa fuerza, de modo que se hallaba débil incluso para obedecer la ley, débil a causa de la aflicción que sentía, demasiado débil, quizá, para echar mano de la promesa. La palabra «desfallezco» puede traducirse como «Caigo sin fuerzas», como se marchita una planta con tizoncillo.
Archibal Simson comentaba sobre esta pasaje lo siguiente “Al presentarse delante de Dios, el argumento más poderoso que puedes usar es tu necesidad, tu pobreza, lágrimas, miseria, impotencia y confesarlas delante de él, lo cual abrirá la puerta y proveerá de todas las cosas que él tiene. El mendigo echado muestra sus llagas a la vista del mundo para moverles a compasión. Así deploremos nuestras desgracias ante Dios, para que él, como el compasivo samaritano, a la vista de nuestras heridas, pueda ayudarnos a su tiempo debido.
El salmista muestra su necesidad al señor exclamando, Señor, sáname, porque mis huesos se estremecen. El término huesos algunas veces se aplica literalmente al cuerpo humano de nuestro Señor, al cuerpo que colgó de la cruz. A veces también ha hecho referencia al cuerpo místico, la iglesia. En algunos pasajes se aplica al alma y no al cuerpo, al hombre interior, el cristiano individual. Entonces implica la fortaleza del alma, el coraje animoso que la fe en Dios da al justo. Este es el sentido en el que se usa en el segundo versículo de este salmo, según la interpretación de Agustín, Ambrosio y Crisóstomo
Cuando el alma tiene el sentimiento de pecado, basta con él para que los huesos se estremezcan; basta para que se ericen los cabellos de su cabeza, y pueda ver las llamas del infierno debajo, un Dios enoja o arriba y el peligro y la duda que le rodean. Solo podremos conseguir de Dios, lo que pidamos en humildad, lo que confesemos en sumisión.

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