miércoles, 27 de enero de 2010

La mision social de la iglesia Hebreos 13:16

ROCA DE SALVACION

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Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios.

El gobierno haitiano estima que el número de muertos puede ascender a 150.000. La ministra haitiana de Comunicación y Cultura, Marie-Laurence Jocelyn Lassegue, confirmó este domingo (24 de Enero) que el número oficial de fallecidos a consecuencia del terremoto ha ascendido a 150. 000 personas. Lassegue, sin embargo, ha matizado que esta cifra se limita al número de cadáveres enterrados en fosas comunes en la capital, Puerto Príncipe, y que probablemente queden muchos miles de cadáveres más enterrados bajo las ruinas de los edificios derruidos, informa la cadena de televisión estadounidense ABC. Ya terminadas las tareas de rescate debido a las escasas posibilidades de encontrar supervivientes entre los escombros trece días después del terremoto, los esfuerzos huminatarios en Haití se concentran ahora en el reparto de agua, comida y provisiones. Los desplazados ascienden a 610..000. Por su parte el general Ken Keen informo que la cifra de muertos tras el terremoto que asoló a Haití podría superar los 200 mil, indicó el domingo el general estadounidense que dirige la ayuda militar en el país caribeño. Vamos a tener que prepararnos para lo peor, dijo el teniente general Ken Keen, subjefe del Comando Sur, al ser consultado por la cadena de televisión ABC News sobre la posibilidad de que haya entre 150 y 200 mil muertos, notisistema.com.
Ante esta triste realidad, surgen varias preguntas. ¿Qué está haciendo la iglesia? ¿Cuál es la misión de la iglesia? ¿No estaremos enfrascados en construir nuestro imperio, olvidando la misión principal de la iglesia? ¿Estamos preparados para arrimar el hombro en los desastres que se avecinan? La enseñanza más distintiva del cristianismo es que Dios se despojó de sus atributos divinos y participó de lleno en la experiencia humana. En este proceso, Jesús mostró al mundo que los seres humanos pueden participar de su misión, naturaleza y santidad al practicar la compasión por el pobre, el oprimido, el incapacitado, el paria y el extranjero.
Los evangelios revelan la innegable verdad de que Jesús se conmovía ante las necesidades humanas y respondía mediante actos de misericordia. A menudo, llamó la atención a las necesidades y preocupaciones de los pobres y despreciados; tenía un interés específico en relacionarse con ellos y darles las buenas nuevas de salvación. Sin embargo, a menudo, antes de atender sus necesidades espirituales, también respondía a sus necesidades físicas. Desafiaba a los pudientes a responder a las necesidades de los pobres como su deber. De los pobres decía que ellos nos proveen una oportunidad para hacer el bien y constituyen un examen de nuestra aptitud para participar del reino celestial (ver Mateo 25:31-46).
Es indecoroso, además de torpe, estar regodeándonos detrás de grandes pulpitos, en grandes catedrales, olvidando el llamado urgente del momento. Muchos se cubren detrás del argumento de que esa es tarea del estado y que el gobierno debe tomar medidas para las contingencias. Como cristianos no nos debe importar lo que pueda hacer el gobierno, tenemos el deber de cumplir la misión de la iglesia.
Como reino de sacerdotes los cristianos deben ofrecer sacrificios espirituales (1 P 2.5). Un sacrificio espiritual es algo que se hace o se da en el nombre de Cristo y para su gloria. En el versículo 15 el escritor afirma que la alabanza es tal sacrificio; véanse Efesios 5.18, 19; Salmos 27.6; y 69.30–31).. Las buenas obras y el compartir las bendiciones materiales también son sacrificios espirituales (v. 16). Otros sacrificios espirituales incluyen el cuerpo del creyente (Ro 12.1, 2); ofrendas (Flp 4.18); oración (Sal 141.2); un corazón quebrantado (Sal 51.17); y almas ganadas para Cristo (Ro 15.16).
Los creyentes de hoy no traen sacrificios de animales a Dios porque todo el sistema levítico concluyó en la cruz. Pero sí presentamos nuestros cuerpos (Ro 12.1–2), las personas que hemos ganado para Cristo (Ro 15.16), nuestra alabanza (Heb 13.15), nuestras buenas obras (Heb 13.16), un corazón quebrantado (Sal 51.17) y nuestras oraciones (Sal 141.2). Puesto que nada que le ofrecemos es perfecto, debemos ofrecer nuestros sacrificios por medio de Jesucristo para que puedan ser aceptos a Él (1 P 2.5).
Es cierto que la salvación es la obra de la gracia de Dios a favor del pecador que cree y no depende del esfuerzo humano para salvarse. Sin embargo las escrituras también enseñan que tras la salvación, las buenas obras deben ser una parte vital de la vida del creyente a fin de que los inconversos la vean y glorifiquen a Dios


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