jueves, 11 de febrero de 2010

Israel en su edad de oro, Isaias 40:1-5

MINISTERIO DE REFLEXION TEOLOGICA EN LINEA

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ISAIAS 40:1-5

Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén; decidle a voces que su tiempo es ya cumplido, que su pecado es perdonado; que doble ha recibido de la mano de Jehová por todos sus pecados. Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios. Todo valle sea alzado, y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo áspero se allane. Y se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá; porque la boca de Jehová ha hablado

Este capítulo suele considerarse como una recapitulación introductoria a toda la segunda parte del libro de Isaías. La razón de ello es porque encontramos en este capítulo las principales ideas desarrolladas en los restantes capítulos. El profeta se dirige en segunda persona plural, y el fin del destierro es considerado como la reconciliación de Jehová con su pueblo, al que castigó sumergiéndole en la noche oscura de la cautividad. La liberación aparece por eso como la manifestación de la luz plena y alegre, como la llegada de Jehová a Jerusalén .La vuelta de los exilados es idealizada y confundida en la perspectiva del profeta, con los albores de la era mesiánica.

Estas primeras palabras, consolaos, consolaos (v.1), han hecho que se llame a estos capítulos “libro de consolación” para Israel, pues la idea de consuelo domina y penetra estas maravillosas profecías de restauración. La repetición enfática de consolad indica la certeza de la liberación en la mente del profeta, que intenta levantar los ánimos de los pusilánimes cautivos, ya apesadumbrados por la sucesión de tantas calamidades. ¿A quién se dirige el profeta? La traducción de los LXX supone que eran los sacerdotes los destinatarios; pero parece un apunte. Algunos comentarios suponen que el autor habla a los profetas, representantes de los intereses espirituales del pueblo ante Dios, y a los grupos de selectos que vivían en torno a personajes proféticos. Deben hablar a mi pueblo, esto es, Israel, con el que Dios vuelve a reanudar sus relaciones íntimas y a considerarle como pueblo suyo.

Se trata de un mensaje de perdón al pueblo. Por ello debe hablar al corazón de Jerusalén (v.2), hablarle amorosamente literalmente, confortarle. Jerusalén aquí representa a Israel en general, como metrópoli santa elegida por Dios .La gran nueva comunicada a ella es que ha terminado su servidumbre, lit. Su “servicio militar,” que quedó como sinónimo de trabajo duro. La alusión es a la época de servidumbre en Egipto, donde el pueblo estuvo condenado a trabajos forzados. Esta servidumbre quedó como tipo del exilio babilónico, al que se refiere el historiador. Jerusalén había pecado y tenía que sufrir una época de expiación, como un condenado a trabajos forzosos. Con ello ha quedado pagada (lit.“ satisfecha ” )su culpa (Cf.Lev 26:34;Cf.51:1).Jerusalén ha recibido de Jehová el doble (castigo) por todos sus pecados (v.2). La idea parece extraña en labios de un autor que tiene una idea muy alta de la justicia divina. Es una frase que no debe tomarse al pie de la letra, pues indica, en general, que el castigo sufrido por Israel ha sido de proporciones aparentemente desorbitadas, esto es , ha recibido mas de lo justo, el doble. Por otra parte, no debemos perder de vista que el profeta pensaba, al afirmar esto, en el Siervo de Jehová (cristo), incluido dentro del pueblo de Israel, verdadera víctima inocente de propiciación por todos sus compatriotas.

La mente del profeta se proyecta sobre el retorno glorioso idealizado de su pueblo, precedido de la gloria de Jehová, que había abandonado el templo. Delante va un heraldo del cortejo glorioso de Jehová (Una voz grita, v.3).Es el Precursor, encargado de preparar lo necesario para que la visita resulte grandiosa, en conformidad con el Rey que se aproxima. Ante todo es necesario preparar una calzada amplia, digna de él, y para el pueblo que viene detrás de él, regresando del exilio, para que pase el cortejo real sin obstáculo ni tropiezo. Por eso se invita a la naturaleza a que contribuya a la manifestación gloriosa de Jehová. Todos los declives montañosos y los valles deben transformarse para construir una gran avenida llana por la que pase el cortejo de la gloria de Jehová .Todos (toda carne, v.5) serán testigos de esta gran epifanía gloriosa del Dios de Israel, y ese gran camino real será trazado en el desierto, en la estepa, desde Babilonia, donde estaban los cautivos. La imagen está construida sobre el relato del Éxodo en el que Israel aparece atravesando el desierto del Sinaí camino de la tierra de promisión. Aunque el sentido inmediato aluda al retorno del exilio, no obstante, los Padres Apostólicos comúnmente veían aquí una invitación a las almas a prepararse moralmente, con el ejercicio de las virtudes, para recibir a Dios con el cortejo de sus gracias sobrenaturales .Los evangelistas aplican el pasaje a Juan Bautista, como precursor de Jesús el Mesías, al preparar las conciencias de los judíos para recibirle debidamente, con espíritu de penitencia y de humildad (cf.Mt 3:2;Lc 3:4-6).

¿Qué razón tenían los apóstoles, para tomar esta profecía referente a los cautivos y aplicarla a Cristo? Un examen minucioso del libro de Isaías muestras que las profecías de los capítulos 40 al 66 de Isaías, tienen un carácter universal, aunque tiene una aplicación local y temporal, relativa al pueblo de Israel en el cautiverio. Las predicciones anteriores de Isaías (capítulos 1 al 39) eran de carácter limitado y transitorio en su alcance. Esta profecía, aunque tiene un cumplimiento, en el retorno de los exiliados israelitas de Babilonia, también pertenece a un lejano futuro y son de interés global. La liberación del cautiverio babilónico, por orden de Ciro, predicho aquí mediante sugestión profética, induce al profeta a predecir otra liberación mayor, que realizaría el Mesías, el Salvador de judíos y gentiles en la actual ecléctica Iglesia, así como Restaurador de Israel y, finalmente, Cabeza literal y espiritual de su reino universal. Así como Asiria era la potencia enemiga mundial de que trata la primera parte (Capítulos 1 al 39), la cual tiene referencia al tiempo de Isaías, así Babilonia lo es en la última parte (Capítulos 40 al 66), con relación a un período muy posterior. El eslabón que conecta sin embargo, a ambas partes, se halla al final de la primera (cap. 39:6).

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