Por favor ore por nosotros, apóyennos reenviando estas reflexiones.
1 de Pedro 1:2
Elegidos conforme al previo conocimiento de Dios Padre por la santificación del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser rociados con su sangre: Gracia y paz os sean multiplicadas.
Continuamos hablando sobre la persona y obra de nuestro señor Jesucristo, durante algunas semanas estaremos hablando de este hermoso tema, aprovechando que estamos llegando a la semana santa o semana mayor.
En este prólogo, el autor sagrado indica su nombre, su categoría dentro de la Iglesia y los destinatarios. Entre todas las epístolas universales es aquí el único lugar donde el autor hace uso de su título apostólico. Pedro =Pétros es la forma griega del arameo Kefas-(=roca), nombre impuesto por Jesucristo a Simón. Y puesto que sus lectores probablemente no le conocían personalmente, hace mención de su categoría de apóstol de Jesucristo, a fin de que le obedezcan y acepten sus enseñanzas.
Pero algo de mayor valor en este texto es que el apóstol indica que las tres personas divinas operan en nuestra salvación. Al Padre se atribuye la predestinación, al Espíritu Santo, la santificación, y al Hijo, la redención.
Como en los demás aspectos de nuestra creación y salvación, también en este aspecto del remedio del pecado, la trinidad interviene conjuntamente, según las singularidades que son propias de cada persona divina. De ahí que sea triple el remedio que Dios ha provisto para que el creyente se prevenga contra las caídas y se vea limpio de los pecados en que pueda caer. Recuérdese que ya hemos dicho que, la base fundamental para el perdón de todo pecado es la sangre de Jesús (Heb. 9:22; 1 Jn. 1:7).
A) El Padre, que es quien llama (Hech. 2:39), engendra (1 Ped. 1:3) y obra (1 Cor. 12:6), nos previene y nos cura por medio de su santa Palabra. «.En mi corazón he guardados tus dichos, para no pecar contra ti (Sal. 119:11). Y Jesús oraba así al Padre en la víspera de su muerte: «Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad (Jn. 17:17; V. también 15:3). Y Pablo dice de la Escritura a la que Dios ha infundido el aliento de su Espíritu, que es «.útil para ensenar, para redarguir, para corregir, para instruir en justicia (2 Tim. 3:16). La Biblia es como un espejo puesto delante de nosotros, que refleja maravillosamente nuestra condición espiritual y pone el dedo en las llagas de cada uno ( Sant. 1:21-25) .
B) El Hijo, después de haber derramado su sangre, una vez por todas, por nuestros pecados (Heb. 10:12,14), VIVE PARA INTERCEDER POR LOS SUYOS (Heb. 7:25-27. V. también Rom. 8:34; 1 Jn. 2:1-2), como ya lo hacia antes de morir (Lc. 22:32; Jn. 17:9,20). El es el «Pastor bueno y hermoso» (Jn. 10:14, comp. con Sal. 23:1), quien, habiendo sido ministro primordial de nuestra salvación (Heb. 8:2,6), ha dispuesto el ministerio en su Iglesia (1 Cor. 12:5; Ef. 4:11), a fin de que la predicación de la Palabra, mediante el poder del Espíritu, llegue a todos, no solo para conversión de los no creyentes, sino también para desarrollo, profilaxis y terapéutica de los creyentes. Así se cumple lo profetizado en Ezequiel 34:15-16: «yo buscare la perdida, y haré volver al redil la. descarriada, vendare la perniquebrada, y fortaleceré la débil».
C) El Espíritu Santo reparte sus dones (1 Cor. 12:4), de modo que el amor (Rom. 5:5) y el poder (Hech. 1:8) de Dios desciendan sobre cada cristiano (1 Jn. 2:20,27), ungiéndole para proclamar las proezas de Dios (1 Ped. 2:9), defenderse (Ef. 6:17), vencer los obstáculos (2 Cor. 12:9-10) y remontar todas las dificultades que se opongan a nuestro crecimiento y a nuestro testimonio: «No con ejercito, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos» (Zac. 4:6, tras el simbolismo del olivo en los w. 2 y 3).
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