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Costumbres, un aspecto del pecado
Parasha Ajaré Mot
LEVITICOS 18:3
No haréis como hacen en la tierra de Egipto, en la cual habéis habitado. Tampoco haréis como hacen en la tierra de Canaán a la cual os llevo. No seguiréis sus costumbres (lit: Leyes).
Levíticos 18:3, forma parte de la parashá Ajaré Mot. Los sabios judíos, a fin de facilitar la lectura y estudio de la Torah, la dividieron en 52 porciones, para cada uno de los 52 sábados del año, estas porciones se llaman parasha y cada una de ellas tiene un nombre propio. La parasha Ajaré Mot cubre los capítulos 16, 17 y 18 de Levíticos. Esta parasha se centra en las leyes para salvaguardar la moral social e individual. Están presentadas en estilo parenético, con la fórmula estereotipada y enfática: “Yo, Jehová” En esta legislación el autor no hace sino reflejar los postulados de la ética natural, y, por tanto, no debemos extrañarnos de encontrarlas, en su mayoría, en los pueblos paganos.
El capitulo 18 empieza exhortando a no seguir las costumbres depravadas de los egipcios y cananeos, sino a atenerse en todo a los preceptos de la ley de Dios (v.1-5).La moral de Egipto era bastante libre, y más todavía en Canaán. La misma religión, rindiendo culto a los dioses de la fecundidad, pretendía santificar los actos sexuales desordenados, fomentando así la inmoralidad. Bastará para esto recordar la historia de Sodoma y el episodio de la mujer del levita; pues, si bien el hecho fue cometido por los benjaminitas, revela ello costumbres cananeas. En este verso, las escrituras, llaman a los hijos de Israel, a una verdadera ruptura con las costumbres de la época presinaítica. En ninguna otra parte de los primeros cinco libros de la Biblia, la distinción que hará de Israel, de ahora en lo adelante un Pueblo Santo, ha sido tan visible en el dominio de las costumbres. Por ejemplo, las grandes civilizaciones de la antigüedad, no solamente ignoran cualquier ley que pudiera restringir las relaciones conyugales, sino que la consideran como una traba en la libertad del hombre. La legislación del Sinaí, es una revolución en las costumbres de la humanidad. Por primera vez, el hombre es llamado a someter sus instintos y sus hábitos a una ley. Pero estas leyes no son simples cargas físicas, sino que son instrumentos de espiritualización progresiva. Es el intento divino de canalizar una actividad animal hacia un objetivo altamente ideal.
Durante todo el tiempo que Israel estuvo en Egipto, los israelitas supieron con certeza, preservar su fuerza y línea familiar. Dios le está pidiendo que continuaran conduciéndose de esta manera cuando entraran a Canaán: “No imitéis las practicas de Egipto y las de Canaán”. Ese es el sentido de la exhortación dirigida al Pueblo de Israel.
Esa distinción tiene aquí una mirada al pasado y otra hacia el futuro. Israel no debe imitar ni a Egipto ni a Canaán. Las idolatrías y perversiones de la cultura y religión egipcia y cananea están bien documentadas arqueológicamente y forman el trasfondo a varias de las prohibiciones que siguen. La necesidad de que el pueblo de Dios sea claramente diferente de las dimensiones pecaminosas e idólatras de las culturas que lo rodeaban se enseña fuertemente en el NT, y también es requerido de los cristianos tal como lo fue para el Israel del AT (Mateo 5:13-16; Lucas 22:24-26;1 Corintios 6:9-11;Efesios 4:17-24;1 Pedro 2:11, 12). Por supuesto, el mayor significado moral de Israel como una sociedad es que fueron creados precisamente para ser un modelo de tal distinción dentro del contexto cultural contemporáneo del mundo antiguo. Mientras observamos esas diferencias, y las razones para ellas, podemos formular prioridades éticas y objetivos para la vida cristiana en el mundo moderno.
Cuando hablamos de costumbre nos estamos refiriendo a:
- Algo que es aprendido
- Algo que se repite
Me he dado cuenta que la mayoría de los cristianos, practican costumbres, sin saber cual es su origen, ni trasfondo. Celebramos fiestas, adaptamos prácticas en la iglesia, sin primero saber si son divinamente aprobadas para nuestras vidas e iglesias. Antes de poner en práctica cualquier costumbre, tanto en nuestra vida como en la iglesia, debemos saber si está certificada por la palabra de Dios. Y si hemos llegado al cristianismo con costumbres heredadas de nuestra nación, familia o religión, es tiempo que las cambiemos.
Ser cristiano significa seguir a Cristo, y a Cristo no se le puede seguir sin tomar su cruz y rechazar el mundo. No se puede ser discípulo de Cristo sin llevar la cruz. Se debe entender bien de que, siendo cristianos, estamos destinados a la cruz, y que si no tomamos la cruz en nuestra vida diaria, no podemos seguir a Cristo. Y ciertamente que no hace falta buscar mucho para hallar una cruz. Sólo con separarnos de las costumbres y pautas del mundo, y muchas veces de nuestras familias, ya estamos llevando una cruz, y bien grande. Sólo con ir contra corriente de las modas lascivas, de los pensamientos libertinos, del consumismo imperante, evitando las mentiras incluso las más leves, aguantando un compañero (a) áspero (a), no discutiendo con nadie, hablando bien de la Iglesia, y tantas y tantas cosas que hoy no hace nadie, sólo con esto digo, estamos llevando una gran cruz, pues seremos despreciados por el mundo, rechazados, marginados.
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